viernes, 15 de octubre de 2010

Ante el dolor y la muerte

Al final nos espera la muerte, esa es una realidad impepinable. Y el dolor siempre está acechándonos aunque nos dé tregua de vez en cuando. Lo cierto es que solo muere quien vive, por lo que no debemos considerar la muerte como una derrota. Es como cuando vas al cine: ¿es una derrota que al final termine la película y salgan los títulos de crédito?... Con el sufrimiento, igual: está ahí por el mero hecho de vivir con apego a uno mismo y a los seres queridos en un escenario donde hay necesidad (de comer, beber, protegerse del frío...), riesgo (de que te cortes con un cuchillo, te caiga un rayo, ingieras una ameba...), pelea (con nuestros congéneres y, cada vez menos, con otros animales) e incertidumbre (nunca sabes con certeza lo que te aguarda el mañana).

Hay que ser siempre conscientes de que el final de la vida propia llegará algún día, y de que el sufrimiento no dejará de golpearnos periódicamente para reaparecer probablemente con su mayor virulencia en los últimos instantes. Ante ello caben varias opciones: el no pensar (tipo 1), el autoengaño (tipo 2) o el intento de entender (tipo 3). Creo que lo primero y lo segundo son un error, porque no te pillan preparados para los momentos malos cuando estos llegan.

La mejor preparación consiste, a mi juicio, en intentar comprender dónde estamos, quiénes somos, cómo somos, de dónde venimos y adónde vamos; en procurar arrojar algo de luz sobre esos enigmas con el auxilio de la razón, de la experiencia (propia y ajena) y de la intuición, confiando en la ciencia sin desdeñar el poder iluminador de la meditación, la contemplación e incluso el arte. Y en hacerlo ya desde la juventud, sin esperar a la llegada de la edad madura.

Pienso que no se trata de "dar sentido o tratar de explicar el valor que ese sufrimiento puede tener" (Agus Alonso-G. dixit), sino de asumirlo totalmente como algo propio de un mundo físico hecho con estos mimbres y de acercarse a su comprensión objetiva con las herramientas antes señaladas. Eso sí, siendo conscientes de que la tarea no llegará seguramente a completarse; lo que no debe desalentarnos, puesto que el solo hecho de caminar por la senda del conocimiento -y al mismo tiempo de la aceptación del mundo, empezando por la de uno mismo- ya es una fuente de satisfacción y consuelo. El budismo, en su concepción más intelectual (dejando aparte el folclore de estatuillas, reencarnaciones y supersticiones varias), parece tener mucho que ver con esta senda.

Lo cierto es que la religiosidad suele ser casi siempre del tipo 2, generalmente asociada al cómodo tipo 1: una buena muestra del infantilismo humano y de la fuerza del miedo (poderoso caballero). No obstante, hay también casos (minoritarios, desde luego) de religiosidad del tipo 3, y no sólo en el budismo genuino sino también en otras confesiones: para ellos prefiero usar la etiqueta nada infantil de espiritualidad. Ahí es donde creo que Agus y yo, andando desde direcciones diferentes, ya nos hemos encontrado.

2 comentarios:

Agus Alonso-G. dijo...

Muchas gracias por la cita y por la interesante reflexión, compañero y sin embargo amigo.

Alejandro Martín dijo...

Vaya, qué coincidencia que, con dos días de diferencia, hayamos escrito los dos sobre el final. Espero que no sea un presagio de nada... :-)

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