lunes, 4 de junio de 2012

Horror en el supermercado

Que tus hijos mueran achicharrados en un incendio, ahogados en un estanque, envenenados por alguna sustancia letal. Peor aún: que les arranquen la vida unos animales salvajes o unos congéneres asesinos. Estos son horrores espantosos, pero por fortuna muy poco habituales para los humanos, al menos en nuestro mundo desarrollado del siglo XXI. Menos infrecuentes en nuestras latitudes son otras desgracias, como contraer una enfermedad muy grave, estrellarse en la carretera o verse abocado a un desahucio.

Ahora bien, hay un horror muchísimo menos evidente pero más inquietante: el que no nos horroriza, el cotidiano que se manifiesta a diario en el supermercado, en el bar, en la cena o en la ropa que llevamos puesta. En las granjas de pollos, las plazas de toros, los mataderos, los camiones atestados de cerdos camino de la degollina... Ese horror no deja de ser terriblemente natural, es parte de una naturaleza que no entiende en absoluto de moral, donde hay avispas (icneumónidos) que paralizan a orugas para que sirvan con su cuerpo de pasto vivo a sus larvas, donde hay leones que matan a crías indefensas solo para aparearse con su madre, donde hay plantas que atrapan a insectos para absorber sus jugos y desintegrarlos, donde los cachorros humanos juegan haciendo atrocidades con los gatos y estos hacen lo mismo con los ratones. Donde, en suma, la depredación es regla y el pez grande se come al chico.

Ese horror cotidiano y doméstico no lo llega a percibir la mayor parte de la gente, a fuerza de costumbre y de borreguil sumisión a la tradición y el pensamiento dominante. De hecho, te expones a pasar por un iluminado si lo expresas delante de un cordero asado o un bocata de foie-gras (qué curioso que no pocos de quienes te tomarían por un chiflado no tengan dudas en la resurrección de los muertos, la virginidad de una madre y otras sutilezas sagradas).

Bueno, ¿y por qué deberíamos comportarnos de una manera diferente a los icneumónidos? Al fin y al cabo, nosotros somos integrantes de esa naturaleza amoral. Y la moral solo es un invento nuestro, creado exclusivamente para atender a nuestros intereses. Pero quizá haya que aplicar aquí ese dicho de que nobleza obliga: nuestra (relativamente) elevada conciencia lleva consigo una exigencia moral, al menos es lo que algunas personas -cada vez más- creemos y sentimos.

Vivir pretendiendo no mancharse ni manchar es imposible, ya que desde que nacemos causamos un inevitable sufrimiento en nuestro entorno. Se trataría de procurar minimizar ese sufrimiento. No parece un disparate construir toda una moral sobre esa premisa, como propone el filósofo australiano Peter Singer para disgusto de su homólogo español que presenta libros de Ética en plazas de toros. Aunque, llevado a un extremo, ese planteamiento sería inviable: nadie, salvo un puñado de jainistas estrictos, anda pendiente de que sus pasos no vayan aplastando a las hormigas del suelo. Esa despreocupación te hace, desde luego, algo corresponsable del sufrimiento en el mundo. Pero es obvio que no sería posible vivir con semejante integridad: como decía Pessoa, un exceso de conciencia inhabilita para la vida. Lo que sí es posible es tomar decisiones como dejar de cazar por placer, dejar de comer animales si no hay necesidad o dejar de torturar a animales sintientes por mera diversión. Eso es progreso moral y el tiempo se encargará de demostrarlo: cada vez son menos quienes niegan que la esclavitud, la discriminación de la mujer o la persecución de los homosexuales son una barbaridad, lo que hace siglo y medio solo sostenían unos pocos excéntricos.

Lo cierto es que en nuestro interior -en unos más que en otros- anida la compasión, tanto con nuestros congéneres como con otros seres. No importa que esa compasión sea un mero subproducto de la evolución o que se trate de la manifestación de algo desconocido que podríamos identificar con una hipotética alma universal. Lo relevante es que todos los seres vivos inteligentes -no solo los humanos- la albergamos en potencia, y que con ella podemos hacer más digna la existencia en este extraño entorno cuyas reglas nosotros no hemos fijado. Incluso podríamos transformar el propio Universo si quisiéramos -¡y pudiésemos!- algún día. Porque quizá debiéramos...

2 comentarios:

Adolfo dijo...

Hola Nico, pienso que has hecho bien en separar lo natural de lo moral. En la naturaleza no existe la moral, eso es una construcción meramente humana. En la naturaleza, los animales más fuertes disponen de los más débiles según les dicte el instinto y la voluntad, y no hay nada más.

Entra dentro de lo natural que yo baile un zapateado encima de un hormiguero si me apeteciera, y más natural aún es que coma carne, porque la propia naturaleza me ha hecho omnívoro, yo no lo elegí, soy así.

Otra cosa, es que decida contravenir a la naturaleza en función de unas pautas morales. La moralidad, como dije, es una construcción humana, y por tanto, discutida y discutible. Igualmente, es voluble en el tiempo y diferente en el espacio. Por eso, hay que ser respetuoso y entender a quien tiene una moral diferente a la nuestra, al menos, mientras no choque con el código penal, o el sentido común.

Entre los que deciden que lo moral coincide con lo natural, y los jainistas hay todo un abanico de opiniones. ¿Quién decide cuál es la correcta?. Incluso eso de que “nobleza obliga”, no deja de ser una opinión de una moral subjetiva.

¿Cómo deshacer el embrollo?. Para mí sólo el sentido común debe ser quien dicte el camino, este sentido común se construye a base de que unos promotores logren convencer a la mayoría de las bondades de una cesta de planteamientos morales concretos.

Aunque en el fondo, cada uno hace su propia cesta. Pero sería deseable que en la mayoría aparezcan elementos comunes para evitar conflictos.

Pero eso no implica la resignación, la moral en el sentido apuntado (de respetar en lo posible a los otros seres vivos), se está filtrando en la sociedad, y vemos que las leyes se van modificando en ese sentido, y los comportamientos también. Por ejemplo, viendo la Wikipedia, decía que según una encuesta del 2006, el 72% de los españoles no sentían ningún interés por los toros, y el interés decrecía cuanto más joven era el encuestado. También proliferan los productos que dicen cosas algo así como “producto realizado con pollos camperos”, o cosas similares.

En realidad estoy muy de acuerdo contigo, aunque creo que hay que ser prudente si se quiere señalar con el dedo a alguien en base a unas leyes tan etéreas. Porque lo que más me fascina, es que la moral, no deja de ser una construcción artificial, por la que juzgamos y nos comportamos, nada que ver con nuestra naturaleza de animales.

Buff qué rollo!!!

Nicolás Fabelo dijo...

Adolfo, estoy de acuerdo contigo salvo en lo último: el que la moral sea una "construcción artificial". Porque posiblemente la moral sea un subproducto de la evolución, o sea que ha pasado a formar parte de nuestra naturaleza humano-animal como un efecto secundario de la selección natural.

El cerebro no evolucionó para permitirnos formular el teorema de Pitágoras o descifrar la entropía de un agujero negro, ni siquiera para hacernos conscientes de nuestra propia condición mortal. Tampoco evolucionamos hacia el bipedismo para poder pintar 'Las meninas' o escribir 'La divina comedia'. La compasión, la curiosidad metafísica, la literatura o el arte son felices subproductos de la evolución, aunque ajenos a la lógica de esta (la mera supervivencia y reproducción). Y como bien dice Stephen J. Gould, es en esos subproductos donde radican precisamente "nuestra esperanzas y nuestro destino". ¡Un fuerte abrazo, amigo!

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