sábado, 23 de noviembre de 2013

En chanclas al Parlamento... con el permiso de Pérez-Reverte

Autor: Adilette1972

El otro día, en su ya tradicional misa tuitera dominical, Arturo Pérez-Reverte afirmaba que "un Parlamento que permite a sus miembros ir en chanclas no puede quejarse de nada". Le pregunté qué problema había en ir con chanclas y si éstas afectaban al entendimiento de sus señorías. Fiel a su estilo entre condescendiente y faltón (natural en quien ya está de vuelta de todo por haber sido novio de la muerte), el creador de Alatriste no tardó en replicar: "Ir con chanclas a un Parlamento afecta a la dignidad de ese parlamento y de la España de mierda que lo tolera". "No sé si me explico lo bastante claro, oiga. Lo triste es tener que explicárselo a usted", añadía en un tuit inmediatamente posterior.


Sigo esperando que este defensor de la guillotina y de los cojones bien puestos argumente racionalmente -y, si es posible, sin faltar- por qué ir con ese tipo de calzado a un Parlamento es algo indigno. Y también por qué esta supuesta indignidad ha de darse por sentada, como si fuese un axioma sobre el que no cabe decir ni pío.

La verdad es que el comentario de Pérez-Reverte es una buena españolada, un botón de muestra de esa "España de mierda" que tanto denuncia en sus escritos (no sin razón, ciertamente). Es muy propio de la mentalidad rancia del viejo hidalgo castellano, tan preocupado por las formas y las apariencias, tan obsesionado en marcar distancias con el populacho -y con el indio, el moro, el judío, el protestante- por sus estúpidas ínfulas de gloria. Esta hidalguía forma parte del ADN del español medio, y es en parte responsable de la ruina de este país y del imperio que llegó a levantar hace siglos a golpe de arcabuz, testosterona y fanatismo religioso. Mejor nos hubiese ido si muchos de nuestros antepasados distinguidos se hubiesen puesto a currar, a semejanza de sus contemporáneos anglosajones, aunque fuese en harapos y descalzos.

Hace bastantes años se reunieron para trabajar en la construcción de una carretera en Canarias sendos grupos de ingenieros estadounidenses y españoles. Según me cuenta un testigo presencial, los primeros iban con mono; los segundos, todos enchaquetados. Huelga decir quiénes eran más profesionales y batían el cobre. Una de las peores afrentas a muchos de esos tipos emperchados (entre los que se cuentan no pocos inútiles enchufados) que pueblan nuestros bancos, bufetes de abogados, diputaciones, claustros universitarios, instituciones académicas o consejos de administración de empresas es que les lleguen a confundir con un camarero. ¿No han oído nunca esa sandez tan hispana (dense por incluidos todos los latinoamericanos, por supuesto) de que en la forma de lucir un traje se nota si uno es un camarero o un señor?

Más nos valdría echar un vistazo a lo que pasa en los lugares más civilizados del mundo, por ejemplo el norte de California. De esos lares no solo podemos tomar lecciones empresariales y ecológicas. Recordemos que el desaparecido Steve Jobs hacía sus presentaciones en vaqueros y zapatillas. En las empresas de Silicon Valley hay gente que va en chanclas  a trabajar (¡es incluso chic!). Lo importante son las actitudes y capacidades, no la forma de vestir de cada cual. El cofundador de Google Sergey Brin se dirigió en 2010 a la prensa en calcetines y con un maillot de ciclista. 

Más de un españolito imbuido de ese infecto espíritu hidalgo, de ese engreimiento fatuo que casi nunca va acompañado de la valía personal, aduciría: "Sí, muy rico el yanqui, pero con ninguna clase". La clase es un concepto subjetivo y muy vago que siempre saca a colación quien presume de poseerla. Desde luego, si la clase de una persona solo está en su (supuesto) buen gusto por vestir, en su elegancia a la hora de agarrar un tenedor, en su sabiduría para escoger un buen vino o en la manera de andar o fruncir el ceño al fumar, pues se trata de un concepto sin demasiada importancia (tanta como la puntería al mear o la habilidad para hacer sudokus).

Un reparo razonable a las chanclas se fundamenta en el temor a caer por una pendiente resbaladiza: ¿Y por qué no permitir la entrada en taparrabos en el Congreso, e incluso de sus señorías desnudas zampándose un bocata de chorizo?... La moda y los usos sociales son algo cambiante. Hace no mucho, era impensable ir sin corbata o en vaqueros a trabajar en una oficina. Esto ha cambiado, por fortuna, y hoy en día no debiera causar escándalo en un país civilizado. Como no lo debería causar el que una pareja de homosexuales se pasee de la mano por la calle. Al fin y al cabo, mientras uno vaya debidamente aseado, ¿qué mas da zapatos de vestir, mocasines o chanclas? Sinceramente, prefiero a un diputado que vaya en chanclas al Parlamento y trabaje con honestidad y profesionalidad a otro que solo gaste las suelas de este calzado en oscuras andanzas por los paseos marítimos de las islas Caimán.

2 comentarios:

Rafael Hidalgo dijo...

Nicolás, me había propuesto empezar a coger cierta distancia respecto a las redes sociales (sin romper con ellas) y apenas comienzo agitas el capote y salto al ruedo. Aunque sólo sea por eso, cuando al fin nos veamos bis a bis la primera caña la pagas tú :D

Voy al "tema". No sé si sabes que practico aikido. Para entrenar vestimos un atuendo que implica, por ejemplo, entrar descalzos en el tatami. También seguimos toda una serie de normas de cortesía mediante saludos, orden a la hora colocarse, etc. Se le da tanta importancia, que un error de bulto en el seguimiento de alguna de estas normas puede suponer suspender un examen de paso de grado.

Todo ello parte de una experiencia cultural muy concreta, pero se mantiene porque bajo esas formas subyace algo importante, ese algo es el respeto. El respeto es la consideración a uno mismo, al otro y el ámbito de la convivencia.

Las personas, como seres corpóreos, transmitimos en nuestros modos y atuendos un mensaje. Nos presentamos y nos dirigimos a los demás con palabras, gestos y vestimenta. Incluso el que "va de casual" comunica algo.

Por supuesto en la comunicación puede haber engaño, tanto en la palabra como en la presencia. Un sinvergüenza puede vestir de "Teresa de Calcuta"; pero esto sólo confirma que el atuendo tiene un significado social (por eso se "disfraza").

El que se presente a una boda en chandal y con zapatillas de ositos para demostrar que está libre de prejuicios, en realidad "actúa" en base a un prejuicio, el de demostrar que él está por encima de convencionalismos. Es decir, al final actuamos en virtud de nuestra relación con los demás.

Steve Jobs, al que nombras, cuando vestía así también comunicaba algo, un nuevo modo de hacer, la necesidad de cambio, la popularización de sus productos, etc.

Dicho lo cual, a mí también me parece una falta de respeto acudir a un parlamento en chanclas, lo que no es óbice para que un chorizo pueda vestir corbata, o para que la mala lengua de Pérez Reverte venda mucho pero tenga un punto de desconsideración.

(Si no llego a querer ser breve necesito un ordenador más potente).

Un abrazo.

Nicolás Fabelo dijo...

Rafa, ¿y sería una falta de respeto ir en vaqueros al Parlamento?... La línea fronteriza entre lo aceptable y lo irrespetuoso es móvil: se trata de una convención, de algo meramente cultural que no tiene nada de sagrado o inamovible. Se podría afirmar que también es una falta de respeto que vayan mujeres al Congreso con el cabello suelto, o que vayan hombres sin sombrero de copa... La frontera debe estar en la consideración al prójimo: no se debe ir a ningún foro público (sea el parlamento o la comunidad de vecinos) desaseado o ebrio, porque esto sí que puede causar una molestia objetiva a terceros. Pero las chanclas no deberían molestar a nadie, no más que una corbata chillona o un peinado a lo Carlos Floriano. Y si alguien se molesta, pues ese es su problema... Como el de quien se escandaliza de ver a gente en pelotas en la playa (por cierto, qué grotesco el planteamiento ese de que "si al menos fueran chicos o chicas jóvenes...": es equivalente al de "la gente fea o vieja no debe salir a la calle).

Un librepensador del siglo XXI (y también del XVIII o del VI a.C.) puede comprender la necesidad de lo ritual, de lo formal, por su funcionalidad social: como elemento no solo cohesivo sino también coactivo, para mantener a raya a masas no pensantes de otro modo ingobernables y así permitir una convivencia más o menos civilizada. Pero, al mismo tiempo, este mismo librepensador es capaz de advertir la relatividad de los
convencionalismos y, por tanto, de subordinarlos a las cosas verdaderamente importantes.

Un abrazo, Rafa

Entalto Saragossa!!

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