jueves, 6 de marzo de 2014

Panero is over (en este Universo)



A través de los ventanales de mi casa en Las Palmas vi de adolescente construir, en lo más alto del risco de San Nicolás, el que sería el nuevo hospital militar de la ciudad. Reconvertido en civil desde 2002, ese era el lugar reservado por el destino para la muerte del poeta madrileño Leopoldo María Panero. Si alguien le hubiera informado de ello cuando se puso la primera piedra del hospital, hace más de treinta años, ¿cómo se lo hubiese tomado? Recuerdo ahora esta letra de Sabina: "El traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado, (...) el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo". Acaso desconocer el futuro sea necesario para vivir feliz y plenamente. Mejor que no te digan dónde se plantó el pino (si ya se ha plantado) o qué monaguillo se encargará de administrar el susodicho sacramento (por cierto, no se molesten en hacerlo conmigo).

A Panero tuve ocasión de verlo varias veces a lo largo de estos últimos años, porque solía estar tumbado en un banco frente a una conocida librería (El libro técnico) ubicada en la misma calle Tomás Morales donde siguen viviendo mis padres (frente al instituto del mismo nombre). Estaba siempre en un estado lamentable: sucio, borracho, junto a un brik de vino de Don Simón. ¡Quién podría sospechar, no conociéndolo, que podían adquirirse libros suyos en esa misma librería! Una vez le preguntó a mi amigo Samuel Rodríguez Navarro, cuando éste salía de otra librería próxima (Canaima), si estaba interesado en comprarle un libro suyo por 20 euros (seguramente se trataba de uno de esos ejemplares que la editorial entrega a los autores para repartir entre familiares y amigos). Samuel le dio un billete de 20 y fueron hasta un estanco para comprar un boli Bic con el que le firmó la obra. Ya de paso, mi amigo le informó de que era uno de los personajes mencionados en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Panero no tenía ni idea de esto, ni siquiera de la existencia del escritor chileno ya convertido en mito. Otro amigo, Carlos González Artiles, tuvo cierto trato con él, ya que a veces se dejaba caer por la cercana facultad de Humanidades, entre cuyos estudiantes contaba con algunos admiradores. Quienes le conocían decían que había un tipo tierno detrás del personaje desquiciado que profesó el malditismo y no dejó una sola droga (alcohol y tabaco inclusives) sin probar.

Preguntado sobre Dios en la entrevista que le hizo Sánchez Dragó en 1999, Panero soltaba este delirante disparate sin pies ni cabeza: "Yo creo en lo que llamaban los gnósticos el hipercosmos, el cielo de las estrellas fijas, que es lo que llaman los rusos, lo que llama Isaac Asimov el antiuniverso... Un... otro espacio... energía en estado puro, fuego en estado puro... que... lo que decía Heráclito: todo volverá al fuego original... Es la energía en estado puro de la ecuación de Einstein E = m por c al cuadrado, y que es otro espacio con presente (sic) en este disimétrico que es la geometría no goulliana (sic) de Farca (sic), Boulet, Lobachevski y Taurinus, que es un universo subjetivo que no es nadie y eso es Dios". Solo puede afirmarse esto si eres un Deepak Chopra o estás drogado o como una maraca, que era el caso del bueno de Leopoldo Panero.

"Cuando el veneno entra en sangre, mi cerebro es una rosa", decía el poeta en esa misma entrevista en TVE. No puedo estar de acuerdo, pero cada uno (aparentemente) elige -si quiere y puede- su propio camino vital y creativo: en eso consiste lo que hemos dado en llamar libertad. Quizá la locura y el delirio sean otras sendas no menos válidas para acercarse al cogollo del Cosmos. ¿Por qué no? ¡Hasta la próxima función (ya verás que volverá a ser en el tablero del espacio-tiempo), Leopoldo!

1 comentario:

Rafael-José Díaz dijo...

No sé si contaré algún día --en qué lenguaje hacerlo-- los dos o tres "encontronazos" que tuve con Panero en esos derredores de la calle Tomás Morales en la época en que viví en Gran Canaria. Lo curioso es que uno se acostumbraba a verlo como a un elemento más del paisaje urbano. Frecuentaba, siempre abundantemente acompañado, el cine Monopol en proyecciones de ciclos exquisitos. Era un loco siempre muy bien acompañado. No desentonaba en absoluto con lo que lo rodeaba, aunque al mismo tiempo uno no sabía qué debía hacerse a su lado. En la "cafebrería" Esdrújulo, cerca, si no recuerdo mal, de la calle Pérez de Toro, había prácticamente un altar con los libros de Panero. Y Panero mismo, como un dios ex machina, se presentaba a menudo por allí. Es curioso: quizá en esas calles de la ciudad comercial hayan coincidido algunos de los poetas más radicales y menos previsibles de la misma generación de Panero. Poetas que allí siguen, sin alharacas mediáticas, escribiendo en secreto, como en secreto pintaba Juan Ismael, sus visiones y extravíos, sus travesuras y sus desvaríos.

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