viernes, 25 de noviembre de 2011

Desde el infinito y hasta más allá

Sostiene el teorema de los infinitos monos que si un simio se dedicara a pulsar caracteres al azar en un ordenador -en la formulación original de 1913, de Émile Borel, se hablaba obviamente de una máquina de escribir- durante un periodo de tiempo infinito, terminaría por redactar sin quererlo toda la obra escrita por la humanidad: desde Homero hasta J.J. Benítez pasando por Shakespeare, Cervantes, Tolstoi, Borges, Dan Brown y el negro de Ana Rosa. Solo es una cuestión de tiempo, y hay suficiente para aburrirse si lo ampliamos hasta el infinito. Igual pasaría si al mono le diera por apuntar aleatoriamente notas musicales: saldrían más tarde o más temprano todas las composiciones musicales de nuestra especie (y de cualquier otra a la que le diera por hacer música): desde Mozart hasta Oasis pasando por Chimo Bayo. Y con la pintura, más de lo mismo.

Por supuesto, esto va más allá de la producción escrita, musical o artística: habría tiempo para que cualquiera de nosotros convertido en inmortal hiciera, mientras no le pillase la muerte térmica del Universo (que acaecerá de manera impepinable), cualquier cosa: meter un gol milimétricamente igual al del barcelonista Ronaldo al Compostela en 1996, salir elegido presidente de Turkmenistán (si este Estado fuese imperecedero) en unos comicios libres, escalar el Everest (si este monte fuese imperecedero) haciendo exactamente los mismos movimientos de Edmund Hillary cuando lo coronó en 1953 o ser líder de audiencia presentando un programa cultural de La 2 (si esta cadena fuese imperecedera).

Esta cuestión, que puede parecer una tontería (¡y no lo es!), tiene unas implicaciones muy profundas que apuntan al cogollo mismo de la tramoya cósmica. Para empezar, la sexta sinfonía de Beethoven, "El almuerzo sobre la hierba" de Manet o El Quijote serían descubrimientos hechos respectivamente por el compositor alemán, el pintor francés y el escritor español, en ningún modo creaciones suyas. Dicho de otra manera, esas obras serían fruto de la pesca practicada por la conciencia de sus autores en el insondable océano de los sucesos reales o imaginarios.

Aunque, en vez de reales o imaginarios, sería más correcto hablar de sucesos observados o no observados, estos últimos por no haber salido de su limbo para presentarse a nuestros sentidos. De un limbo como el apuntado por la mecánica cuántica, que no tiene nada que ver con la morada de los niños muertos sin bautizar (que también existiría en algún lugar ideal o platónico, por descontado, al igual que los unicornios y los pajaritos preñados). Porque lo que nos va pasando a cada instante parece ser fruto de una nebulosa superposición lineal compleja (¡intervienen los números complejos!) que se va decantando -va colapsando, como dicen los físicos adheridos a la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica- ininterrumpidamente de una manera en apariencia aleatoria.

El ejemplo más sencillo lo tenemos cuando un electrón o un fotón se enfrenta a dos rendijas paralelas próximas, de modo que solo lo veremos pasar por una: su paso se materializará o por la de la izquierda o por la de la derecha. Pero la mecánica cuántica nos lleva a considerar que en realidad el electrón o el fotón atraviesa al mismo tiempo ambas rendijas en una superposición lineal de las dos opciones que se le presentan -que podrían ser un billón si ese fuese el número de rendijas-, un limbo que no se deshace hasta que alguien lo observa forzando su decantación o colapso (siempre conforme a la interpretación de Copenhague, ya que según los defensores del Multiverso nada colapsa: el fotón iría en un universo por la izquierda y en otro por la derecha).

Lo que percibimos no es, por tanto, la Realidad sino su materialización subjetiva y necesariamente parcial en el mundo físico del que formamos parte (¿estará nuestra mente exclusivamente anclada a ese mundo físico?). La Realidad, algo mucho más rico por no estar constreñido al espacio-tiempo y sus leyes, podría ser la fuente de ese hipotético Multiverso compuesto por todos los infinitos Universos posibles que no pocos cosmólogos y físicos cuánticos consideran verosímil. La pregunta del Googolplex es: ¿De qué coño va esto? 42 no parece una respuesta satisfactoria.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La mayoría son otros

Acierta la derecha cuando afirma que el movimiento 15-M no representa a la mayoría social de este país, que son más los españoles que no salen a la calle a protestar ni se movilizan de alguna manera contra la situación política y económica que nos ha tocado. Acierta por desgracia, porque es un drama -para los poderosos, un motivo de tranquilidad- que los cómplices de la crisis, los reacios a toda transformación (conservadores en el peor sentido), los engañados, los silenciosos y los indiferentes sean mayoritarios. Y esto es así, hay que reconocerlo para no llevarse un chasco. Como el de quienes pensaban que los tunecinos progresistas, esos hombres y mujeres jóvenes de clase media urbana y bien educados que hicieron caer a la dictadura de Ben Alí, eran mayoría en su país y serían artífices del primer estado laico democrático del mundo árabe.

Queda el consuelo de saber que los cambios sociales siempre empiezan con una minoría activa y que las conquistas a veces llegan tras tortuosas sendas, como la que los tunecinos tienen por delante (de color verde) y la que los españoles nos aprestamos a recorrer (de color azul gaviota).

jueves, 10 de noviembre de 2011

PPestafa electoral

Muchos españoles se han tragado esa milonga propalada por el PP de que la crisis en que nos hallamos es atribuible a una supuesta mala gestión económica del Gobierno de Zapatero (que, desde luego, no ha sido buena). Bastante gente va a votar a Rajoy pensando que con un mero cambio de Ejecutivo las cosas empezarán a enderezarse y se acabará con el paro. Si les manifiestas tu incredulidad, no tardan en esgrimirte la experiencia de Aznar: "Si él lo hizo, Rajoy lo hará también".

Lo que esta gente no sabe, o no quiere saber, es que la creación y la destrucción de empleo no dependen en los países desarrollados tanto de la política económica aplicada por los Gobiernos como de la fase del ciclo económico por la que se atraviesa. Y que la economía española es especialmente sensible, por sus características, tanto a los auges como a las depresiones: se crean muchos empleos cuando llega el ciclo expansivo y se destruyen muchos en el caso contrario. También desconocen que la situación económica de 2011 no tiene nada que ver con la de 1996, que asistimos a una crisis internacional diferente que puede degenerar en sistémica y precipitar al abismo al propio capitalismo.

En España hemos sido víctimas de la combinación de: 1) la crisis financiera internacional desatada hace unos años por las hipotecas basura estadounidenses, causantes de una debacle bancaria (al contaminarse las entidades con activos vinculados a dichas hipotecas), de una crisis de la deuda pública (al obligar a los Gobiernos a destinar sumas multimillonarias para salvar a los bancos) y de una recesión en los países desarrollados (causada por la contracción del crédito y la caída de la confianza en empresas y consumidores); y 2) el estallido de la burbuja inmobiliaria nacional engordada irresponsablemente desde finales del pasado siglo (cuando gobernaba el PP, no lo olvidemos).

Lo primero es achacable al descontrol de un sector financiero cada vez menos regulado, lo que permitió la proliferación de actividades especulativas de alto riesgo: de ello es culpable la irresponsabilidad, e incluso abierta complicidad, de banqueros, inversores institucionales, supervisores monetarios, agencias de calificación de riesgos... A lo que hay que sumar, más recientemente, el descubrimiento de las mentiras del Gobierno griego (conservador, por cierto) acerca de sus cuentas públicas, detonante de la crisis de la deuda en la zona euro. 

Por su parte, nuestra burbuja inmobiliaria se infló gracias al binomio liberalización del suelo (decidida por Aznar)-bajos tipos de interés (decididos en Frankfurt), del que se beneficiaron sobre todo promotores inmobiliarios, bancos y cajas, corporaciones locales y no pocos ciudadanos que pudieron vender sus terrenos a precio de oro, emplearse en el sector de la construcción y/o comprarse viviendas y buenos coches. Esa burbuja alimentada por los Gobiernos de Aznar no fue frenada por los de Zapatero. Desde luego, los políticos rara vez miran al largo plazo (excepto al suyo), y mucho menos si hay que pagar por ello el peaje de perder votos e incluso las siguientes elecciones. En el debe de nuestros gobernantes -da igual su partido- está también no haber afrontado una más que necesaria reforma de la Administración y de las empresas públicas para poner freno a tanto enchufismo, ineficacia y derroche de fondos públicos. Y no haber apostado por un tejido económico más productivo y sostenible.

El margen de acción del futuro Gobierno de España es muy limitado, ya que no tenemos política monetaria propia ni tampoco podemos devaluar la moneda para reactivar la economía. El Estado ni siquiera puede recurrir al gasto público para insuflar aire a la actividad económica, al estar sometido a la vigilancia de la Unión Europea (así como al propio corsé constitucional recientemente aprobado) y a la presión en los mercados de los especuladores, cuyos ataques sobre nuestra deuda soberana pueden ponernos al borde de la quiebra. Así pues, el futuro presidente Rajoy (o Rubalcaba) tendrá que hacer nuevos y dolorosos recortes que afectarán sin duda a la sanidad y la educación, incluso al sistema de pensiones. Además, subirá con toda seguridad los impuestos: sobre todo, el IVA, que paga todo el mundo con independencia de su renta o riqueza.

Lo cierto es que dependemos mucho más de lo que se haga fuera de España. Si el BCE no baja los tipos y Alemania no da un decidido impulso a su economía, estamos condenados a una nueva recesión que podría poner la cifra de parados más cerca de los seis millones que de los cinco. Está claro, salvo para tanto votante incauto del PP, que el desempleo no se soluciona simplemente con un nuevo inquilino en Moncloa, una desregulación del mercado laboral, beneficios fiscales a las empresas y recortes en el gasto público. Y el cambio de modelo productivo, si finalmente se opta por él, no se logra de un día para otro: sus beneficios en la economía y el empleo se cosecharán a medio-largo plazo.

Aunque cada uno es dueño y señor de su ignorancia, conviene estar avisado. Lo más chocante es que muchos de quienes auparán al PP al poder son trabajadores mileuristas que con su voto respaldarán un proyecto que no pretende gravar a las grandes fortunas y sí abandonar a su suerte servicios como la educación y la sanidad públicas que benefician principalmente a los menos favorecidos. 

Por si fuera poco, el nuevo Gobierno de Rajoy acercará etarras al País Vasco y gestionará la salida de la cárcel de los presos de la banda terrorista (como haría un Rubalcaba presidente, porque esto ya está más que hablado y negociado). Esto sentará como cuerno quemado a muchos votantes peperos enchufados a Intereconomía-La Gaceta, que se creen esa otra milonga de que el PP no haría jamás concesiones a los etarras.

Aunque no soy de los que piensan que PSOE y PP son lo mismo (las diferencias estriban sobre todo en la política social y los derechos ciudadanos, lo que no es poca cosa), no quiero que esto se entienda en absoluto como una invitación a votar al PSOE. Hay que ir más lejos: ya es inaplazable el replanteamiento de este sistema y de esta forma de vivir tan insostenibles como generadores de infelicidad. Tenemos que aprender a ser más sencillos, austeros y responsables. Tenemos que encontrar maneras más inteligentes de producir, consumir y relacionarnos con el entorno. Por eso votaré a Equo, porque ahí veo una semilla de transformación (no inspirada en modelos fracasados del siglo XX) que no tardará en germinar. Aunque empecemos solo con un diputado en el Congreso.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Hacer o no hacer

"Esta mañana a las 9, al entrar a trabajar, vi como siempre al portero de la finca enfundado en su mono azul. Fregaba afanosamente el suelo de la entrada. Me hizo pensar en la futilidad de muchos trabajos, quizá de todos los trabajos (en general, de todas las cosas que hacemos). Las labores de limpieza son necesarias -aunque todo volverá pronto a estar sucio: el polvo no da tregua-, como también son necesarios el derecho procesal, la biblioteconomía, la programación informática y la fontanería, cuestiones que no por ello se me antojan menos fútiles, en el fondo, que el fregado de pisos. Tengo el pálpito de que quien ha dedicado buena parte de las horas de su vida a materias como ésa -o como la forja del acero, la retransmisión radiofónica de partidos de fútbol, la gestión de carteras de valores, el enlatado de sardinas en aceite, las encuestas por teléfono, la vigilancia nocturna de grandes almacenes, la presidencia de clubes de baloncesto, el amasado de escayola, la elaboración de tiramisúes para los clientes del restaurante, el sexado de pollos...- se ha perdido algo en el camino. O sea, que todos nos hemos perdido algo. Pero, ¿qué será eso que se nos ha pasado supuestamente por alto? Quizá todas esas cosas, con su mayor o menor utilidad (incluso las más inútiles, como apuntar la hora de paso de los trenes por las estaciones o hacer listados de lenguas extintas), informen una vida, le den su contenido: sin ellas, sólo existiría un terrible vacío. Pero las labores de un chapista, de un aparcacoches, de un gerente de producción, de un pintor de brocha gorda, de un portero de balonmano, de un sismólogo, ¿son realmente más importantes que la meditación en solitario a la sombra de un mango?..."

Pasaje de El último dodo (2010).

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