domingo, 24 de febrero de 2013

Tarde de almendros floridos


Los almendros habían empezado a florecer. El aire tibio le acariciaba la cara y el cuello, alborotaba ligero sus cabellos, besaba sus ojos con mimo. El cielo era de un azul limpísimo. Era joven y estaba con ella en esa tarde tan plácida que se deshojaba en minutos interminables, junto al arroyo de aguas mansas que capturaba su alegría para llevársela multiplicada hasta el río y el mar, para llenar con ella los océanos y proyectarla a toda la tierra y el techo celeste y derramarla a velocidades hiperlumínicas hacia todos los confines del frío y negro espacio infinito. Cerraba los ojos agarrado a su mano, sintiendo el arrullo del agua y el zumbido de los abejorros, abarcando el universo entero y sacudido por un estremecimiento que se atrevía a llamar felicidad. Esa misma noche, con los almendros ya en tinieblas, ella le dijo que todo debía acabar entre ellos.

sábado, 16 de febrero de 2013

El universo de las eles

 "Me quedé dormido pulsando la ‘ele’ minúscula del ordenador. Al despertarme descubrí una sucesión de cientos de palitos en la pantalla; ya habían ocupado toda una página entera, y empezado la conquista de una segunda, cuando terminó abruptamente mi sueño. Debí dormir apenas un minuto, no puedo abandonarme por completo no sea que me pillen en una situación comprometida. Ahora me encuentro mucho más fresco, el sopor después de la comida es tremendo, más si cabe con el calor que ha empezado a hacer. Lo cierto es que con mi despertar he puesto fin a un universo en expansión, el de las ‘eles’ de mi pantalla. Todo empezó con la primera ‘ele’: no me acuerdo de cuál era la palabra que pretendía escribir al pulsar esa tecla, probablemente el artículo ‘los’ o el ‘las’. ¿Qué mas da?. Ése habría sido, en todo caso, el big bang de este singular universo: una vez pulsada la ‘ele’, y con la fuerza de mi pulgar aplicada inconscientemente sobre la tecla mientras dormitaba, comenzó la expansión. Quién sabe si dentro de alguna de las ‘eles’ llegó a desarrollarse, en alguna milmillonésima de segundo, alguna muestra de conciencia. Quizá toda una civilización, con su caballo de Troya, su biblioteca de Alejandría, sus tres cruces un atardecer en el monte del Gólgota, sus feroces hordas mongolas, su partido de pelota en un tlachtli maya, su hongo atómico sobre Hiroshima... Quiénes somos -los seres generados dentro de esa ‘ele’-, de dónde venimos, adónde vamos... Posiblemente alguno aventurara la hipótesis de un universo permanentemente expansivo (hipótesis desmentida por mi despertar) o en expansión hasta un determinado punto de inflexión o big crunch (igual de equivocada, porque al despertar lo primero que hice fue eliminar todo el bloque, no iba a suprimir las ‘eles’ una a una...). O sea, todo consistió en una etapa expansiva seguida de un pequeño estancamiento -apenas unos segundos que me quedé contemplando la pantalla tras despertar- y una súbita hecatombe. No sé si habrá memoria de la civilización o civilizaciones nacidas al amparo de mi trivial e irresponsable -que no inmerecida- siesta; desde luego, para mí, su creador -con el auxilio del ordenador, claro- carece de la menor importancia. Y todo lo ocurrido mientras yo dormitaba... ¡pues a saber! Si hubo teas humanas para iluminar el circo, pirámides de cráneos dispuestas a la entrada de las aldeas, niños arrojados sobre sables, ojos arrancados con cucharas oxidadas, cuerpos quemados vivos con napalm... A mí que me cuentan, yo sólo dormía. Ni siquiera quería crear nada, sólo tenía sueño después de comerme un primero de brócoli, un segundo de arroz negro y unas ricas fresas al vino (menú del día del Paniza, 7 euros)..."


(Fragmento de El último dodo).
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sábado, 9 de febrero de 2013

e-pelotas

Hace tiempo que constato que los escritores y artistas más populares en las redes sociales cuentan con un segmento de seguidores incondicionales dedicados a aplaudir con entusiasmo todo lo que escriban o hagan: da igual qué y cómo. Este aplauso incondicional llega a ser a veces sonrojante, y sus receptores deben darse cuenta de ello si no les ciega la vanidad. Creo que se puede hablar con propiedad de la figura del e-pelota cultural, correlato digital de su bien conocida modalidad analógica.

Hace ya más de veinte años, en un acto celebrado en el entonces Centro Insular de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, un joven cineasta de la isla (primo-hermano del hijo de un famoso político socialista catalán*) presentaba una obra realizada en colaboración con una conocida directora de cine peninsular ya fallecida. Un asistente al evento, en el que me encontraba, no dudó en calificar en público al joven director como "el Mozart canario". Era difícil no ser asaltado por una intensa vergüenza ajena ante tamaña desmesura.

Pues esto pasa a menudo en Internet cuando salta a la palestra, con un nuevo tuit o un comentario en Facebook, algún creador con cierta fama (que es lo que de verdad atrae a los e-pelotas). Desde luego, este necesita alimentar su autoestima, pero también le interesa que quienes le aprecian o admiran sean críticos con su trabajo. Si no es así, corre el riesgo de creerse que todo lo que hace es sublime (lo cual es imposible, por mucho talento que se tenga). Y eso no debe ser bueno, no solo para su equilibrio psicológico sino también para la calidad de lo que hace.

*Fue precisamente el hijo de este político, en una fiesta hace casi diez años en la casa de un amigo en Majadahonda, quien me informó de dicho parentesco en una conversación en la que también hablamos de los uigures.

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