sábado, 29 de junio de 2013

Bárcenas descubre a Sara Mago en prisión

La estancia de Luis Bárcenas en la cárcel de Soto del Real está teniendo una cara agradable a la par que inesperada: detrás de los barrotes, el extesorero del PP asegura haberse convertido en un voraz lector. El ilustre recluso afirma haber devorado en sus dos primeras noches entre rejas la trilogía completa de la escritora lusa Sara Mago. Los cuatro libros de la conocida trilogía (A la sombra de las muchachas en flor, ¿Por quién doblan las campanas?, Los extremeños se tocan y El llano en llamas) estaban desde hace ocho años en los anaqueles de su biblioteca (justo debajo de una cabeza de ciervo disecada y flanqueados por sendos angelotes de oro macizo), fruto de un regalo de su excompañera del PP Esperanza Aguirre por haber cuadrado las cuentas anuales del partido en aquel ejercicio.

"Me gusta mucho Sara porque escribe muy bien y describe las cosas con gran precisión: llama al pan, pan, y al vino, vino. Y, desde luego, nadie puede negar su vena romántica. Debe de leerse bien en portugués, de entenderse casi todo, porque es un idioma muy parecido al gallego y prácticamente igual al brasileño de Brasil". El disfrute con la lectura le ha animado incluso a escribir: "Estoy empezando una novela en castellano que se desarrolla en los Sanfermines de Pamplona y se llamará Fiesta. Mi intención es, si se prolonga demasiado mi estancia aquí por un descuido del Gobierno o de la Fiscalía, convertir esa obra en una trilogía de cinco novelas".

El próximo reto de Bárcenas es leer grandes clásicos de la literatura mundial en versión original, empezando por Dan Brown. El extesorero tiene nociones de inglés, francés y alemán, lenguas que habla con acentos respectivos de las islas Caimán, Ginebra y Zurich. "La verdad es que me apetece mucho escribir una guía de viaje de las islas Caimán, porque aquello es precioso. Aunque, eso sí", matiza, "como en España no se vive ni se come de bien en ningún sitio del mundo". Además de la lectura, Bárcenas pasa las noches en Soto del Real escuchando a Dostoievski con su reproductor de mp3 mientras pasa página a libros de arte con láminas de Schubert. "La cultura es maravillosa, abatiría un Patosí por tener un día la cabeza disecada de Dostoievski", dice este hombre recién ganado a la noble causa del arte.

viernes, 14 de junio de 2013

Ya puedes leer 'Viaje de ida'


Me cansé de esperar que una editorial publicase esta novela escrita aproximadamente hace dos años y medio, poco después de salir al mercado mi opera prima El último dodo (ver más de este libro). Así que he tomado la decisión de publicarla en la plataforma digital de Amazon, donde ya está disponible para quien quiera leerla en cualquier rincón del mundo. Le he puesto un precio bastante módico (algo más de un euro), que hace que este libro sea más o menos igual de caro que un café en España.

Viaje de ida tiene paralelismos sorprendentes con Las lágrimas de San Lorenzo (Julio Llamazares), novela que tuve la oportunidad de disfrutar con mucho gusto el mes pasado. Me llamaron tanto la atención esos parecidos que aquí dejo constancia de ellos (por supuesto, se trata de una casualidad: yo registré el libro en Madrid el 21 de marzo de 2011). Me haría mucha ilusión que Llamazares se leyera esta obra, porque intuyo -por mi gozosa lectura de la suya- que le gustaría.

Me apetecía incluir en esta entrada como adorno musical a Viaje de ida la serenata de Schubert. ¡Espero que te guste (mi novela), amigo! Gracias.



SINOPSIS: Al protagonista de la novela, narrador en primera persona, se le diagnostica una enfermedad incurable. Decide emplear los pocos meses que le quedan para hacer un repaso por escrito de su existencia, marcada por sucesos desagradables (la temprana muerte de sus padres, la enfermedad mental de un familiar cercano, un fuerte desgarro amoroso, un fracaso matrimonial) pero también iluminada por el amor, la amistad, el nacimiento de un hijo y la dicha de muchas pequeñas cosas. En su casa en el campo, al tiempo que repasa su vida, no deja de preguntarse por el sentido de ésta y del mundo en su conjunto. Y encuentra una luz en sus lecturas de Física y Cosmología, que le permiten ver la realidad bajo una óptica diferente e insospechada... y albergar incluso una esperanza.


viernes, 7 de junio de 2013

Canarias

La isla de Lobos, entre Fuerteventura y Lanzarote (Foto: Víctor Aguado)

En este blog apenas he escrito sobre Canarias, la tierra en la que nací y viví hasta casi los 26 años: que yo recuerde, solo dos posts dedicados al equipo de fútbol (la U.D. Las Palmas) con el que sufro y me llevo alguna que otra alegría puntual desde que tengo uso de razón. La semana pasada fue el día de Canarias y reparé en dicha laguna. Hoy hablaré pues de ese país atlántico geográficamente al lado de África pero que ha estado cultural y económicamente a caballo entre Europa y América desde su conquista castellana hace medio milenio. Unas islas tan poco conocidas fuera y dentro. Porque, por ejemplo, ¿cuántos canarios saben que los gomeros más viejos siguen usando el vosotros en vez del ustedes (una tradición que, por desgracia, se está perdiendo)? Cada isla es un mundo diferente, pero incluso dentro de las islas mayores (Tenerife y Gran Canaria) hay muchas Canarias bien distintas: la urbana, la rural, la turística, la del norte, la del sur, la de medianías... En el Hierro, la gente no aspira las eses finales. En La Laguna y Las Palmas hay menos días de sol anuales que en Madrid. En las noches invernales de Vilaflor o Tejeda (incluso en cotas más bajas, como en San Mateo o La Laguna) se puede pasar más frío que en el centro de España. Son cosas que no dejan de sorprender a muchos peninsulares, incluso a quienes han estado allá pero no se han aventurado por el interior.
Nieve en la cumbre de Gran Canaria (foto sacada por mí en enero de 1994)

Cuando estaba en el colegio se nos contaba que los guanches habían desaparecido tras la conquista, cuando lo cierto es que se fusionaron con los conquistadores. También se nos hablaba de nuestros antepasados españoles, cuando no pocos canarios tienen asimismo ascendencia portuguesa (el mío es un apellido de origen luso), italiana, flamenca (Artiles, por ejemplo, proviene de Flandes), francesa, inglesa, irlandesa... Y también sangre negra (en los ingenios azucareros de Gran Canaria trabajaron esclavos africanos), judía (tras la expulsión en 1492 de la península, algunos hebreos se establecieron en las islas) y morisca (personas trasladadas a las islas orientales tras su apresamiento en razias realizadas en la costa africana). A Canarias vinieron incluso malteses (como atestigua el nombre de una calle de Las Palmas) y esclavos indios de América. Y no podemos pasar por alto a las comunidades de India y Corea, muy arraigadas desde su desembarco en las islas el siglo pasado. Ni a los canarios fruto de matrimonios mixtos con extranjeros llegados tras el boom turístico de los años 60 (alemanes, ingleses, escandinavos...). Esta mezcolanza racial se manifiesta de muchas formas, desde la diversidad de apellidos hasta la singularidad del vocabulario (los nombres de alimentos, plantas o animales suelen ser diferentes a los de la Península). En el este de Gran Canaria llegó a haber en el siglo XIV una efímera presencia de misioneros mallorquines, a raíz de la cual algunos aborígenes fueron llevados a Mallorca, bautizados y convertidos en bilingües catalán-guanche. Sorprendente, ¿no?

Es una gran verdad eso de que en todos sitios cuecen habas: en todas partes hay gente buena, regular y mala, ya que se trata de algo transversal a nacionalidad, edad, sexo, preferencias sexuales o cualquier otra condición. Enemigo como soy de los tópicos, he de reconocer que a veces se aproximan a la realidad (si no fuese así, no habrían aparecido ni se hubiesen consolidado). Con los riesgos que tiene toda generalización, y con la autoridad que me confiere ser canario y conocer aquella tierra (sobre todo, mi isla: Gran Canaria), puedo apuntar ciertos defectos y virtudes de mis paisanos.

Entre las virtudes figuran la cordialidad en el trato y la tranquilidad (aunque es cuestión de grado, ya que Las Palmas parece tener un ritmo frenético en comparación con el mundo rural e incluso con Santa Cruz de Tenerife). Cualquiera que haya conducido en Canarias y en la península (particularmente, en Madrid) puede apreciar que allá los conductores son por lo general más prudentes y menos alocados. Por estos lares mesetarios, el conductor típico se asemeja más en carretera al del sur de Italia o al de Turquía. Lo de la tranquilidad se manifiesta en otras cosas buenas como la menor propensión al ejercicio del fanatismo o la intolerancia (aunque haya fanáticos e intolerantes, como en todas partes) y la mayor paciencia ante las dificultades, pero también en una cierta indolencia o aplatanamiento que dificulta el asociacionismo y las luchas sociales.

Entre los defectos se encuentran el ombliguismo (la creencia ridícula en que lo de uno es lo mejor del mundo, sostenida sobre todo por quienes menos han viajado), la susceptibilidad (los canarios soportan mal las críticas o bromas sobre su tierra), la tendencia al desánimo (esto se observa claramente en un partido de fútbol, cuando las cosas se ponen feas) y cierto complejo de inferioridad (aunque cada vez menos). Esto último hace que algunos mentecatos se inclinen servilmente ante el del fuera rico al tiempo de ensoberbecerse ante el de fuera pobre. Porque, no nos engañemos, hay canarios xenófobos y racistas (aunque muy probablemente menos que en el resto de España), en particular con los moros y los africanos negros.  Lo cual es una vergüenza teniendo en cuenta nuestro perfil multirracial y el que las islas hayan sido históricamente una gran fuente de emigrantes (hacia la Luisiana, Texas, Uruguay, Venezuela, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico...). También incluiría entre los defectos -aunque algunos lo consideren una virtud- ese espíritu fenicio de querer ganar dinero a costa de lo que sea. Nuestros paisajes han sufrido las consecuencias de ese mercantilismo grosero.

Los ricos canarios quizá se parezcan más a sus homólogos latinoamericanos que a los peninsulares (que tampoco es que sean un dechado de virtudes). Son por lo general gente poco cultivada, que ha amasado dinero no tanto por su espíritu emprendedor o su habilidad empresarial sino por haber recibido una sustanciosa herencia, dado algún pelotazo inmobiliario, ser un contratista o distribuidor bien relacionado con la clase política o haberse hecho con la importación exclusiva de un producto. Tipos que creen ocultar su incompetencia detrás de un buen traje y una corbata, que incluso fuerzan su acento para hablar como los peninsulares del centro (manifestación del antedicho complejo de inferioridad). Entre los niños pijos canarios suele haber bastantes impresentables, de lo que dan fe peninsulares que conozco que los han padecido en colegios mayores. Lo cierto es que Canarias sigue siendo una sociedad muy clasista, con un índice de desigualdad social más propio de Latinoamérica que de Europa occidental.

En el ámbito de la cultura no podría yo explicar las cosas mejor que el escritor tinerfeño residente en Madrid Rafael José Díaz (léanse esta entrada y esta otra). El localismo y la mediocridad campan a sus anchas para tranquilidad de los mandarines bien relacionados y de sus paniaguados. Rafa apunta "el gregarismo, el sectarismo, la endogamia y la tendencia a las capillitas y grupúsculos en busca del reparto de la magra tarta cultural isleña". Supongo que se trata de algo habitual en lugares pequeños donde mucho tuerto suele ejercer como rey. Desde luego, Canarias tiene un serio problema educativo: no extraña pues que seamos junto a los andaluces los que nutramos los reality shows más vergonzantes de la telebasura estatal. La subcultura del coyote (figura homóloga al cani peninsular) está muy extendida en los barrios. Si no estuviéramos en España, el panorama político y social canario no sería muy diferente al de El Salvador (y si España no estuviera en la Unión Europea, el panorama político y social español no sería muy diferente al de Turquía en los años 80).

Hasta hace unos decenios, el canario siempre fue muy españolista aunque a su modo, con un fuerte apego a su terruño y sus tradiciones (en las fiestas de muchos pueblos siguen viéndose banderas españolas junto a las tricolores canarias). Debe ser algo parecido al actual sentimiento mayoritario en comunidades como Asturias o Aragón, donde casi nadie duda de su españolidad pero solo a través de su condición de asturianos o aragoneses. Una vez, cuando yo tenia 16 años (presa entonces de un sarampión nacionalista-independentista que por fortuna me duró poco), le pedí intencionadamente al señor del estanco un sello "para España". El hombre, ya mayor, me dijo medio mosqueado: "¡En España estamos!". La sola insinuación de que Canarias no fuese España resultaba ofensiva para muchos. Creo que esto ha cambiado, probablemente para bien (porque denota una mayor autoestima de un pueblo acostumbrado a doblar la cerviz). El otro día, un compañero de trabajo me preguntó, aunque sin mala intención, si un evento era en hora canaria o española. Lejos de molestarme, incluso me hizo algo de gracia. Ya he escrito que abomino del nacionalismo, que me parece una ideología infantil y nefasta, pero eso no me impide afirmar que yo sería un convencido independentista si el nivel de civismo de Canarias fuese el de Islandia (sería una estupidez no serlo, conociendo España, y lamento tener que decir esto). Pero al igual que el resto de España y del mundo hispano, no dejamos de ser astilla del mismo palo.

Ha quedado bien claro que este no es un discurso autocomplaciente de folleto turístico: para quedarme en los lugares comunes y las cursilerías de siempre ("pueblo de hombres nobles", "vergel de belleza simpar", etc,) no hubiese hecho el esfuerzo de escribir estos párrafos. Ha llegado pues el momento de decir que Canarias es un país con una naturaleza espectacular, con un clima envidiable y un rico patrimonio biológico, con algo mágico muy difícil de explicar si no se va para allá a descubrirlo. Y aprovecho para confesar mi debilidad por El Hierro, la más remota y occidental de las islas. Cosas que se están haciendo allí y en otras partes del archipiélago como el municipio grancanario de Agüimes me devuelven la confianza en que otra Canarias (y otra España) sea posible.

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