domingo, 9 de febrero de 2014

El drama de la violencia en África


En 1990 conocimos unos amigos canarios y yo, durante una parada vacacional en Madrid, a un tanzano que asistía a un congreso mundial de Sociología en la capital de España. Tuvimos una breve conversación de la que solo recuerdo una afirmación suya memorable: "La religión de África es el amor". Una enorme sandez no ya impropia de un estudioso, sino de cualquier persona con algo de mundología y sentido común. Porque todos los seres humanos están hechos de la misma pasta con independencia de su raza, color, nacionalidad, sexo (en este caso hay alguna pequeña diferencia) y, por descontado, del continente donde nazcan o vivan. Solo nos distingue, y no demasiado, el contexto cultural. Y los tipos humanos (entre los que se incluyen el malvado y el bondadoso, el violento y el tranquilo, el atroz y el compasivo) están distribuidos de igual modo en 2014 que en el año 200 a.C., en Níger que en Canarias o en Nebraska. Eso sí, con diferentes ropajes y otros detalles meramente folclóricos como los culinarios y festivos. En fin, que el amor -y también el odio- no solo es cosa de africanos (¡no hace falta un doctorado en Sociología para darse cuenta!).

En Europa no somos ni peores ni mejores que en África. Eso no quita que Europa y la América criolla -y también el mundo árabe- tengan una impagable deuda con África por el terrible crimen de la esclavitud. Aunque los culpables fueron nuestros antepasados, nosotros hemos sido beneficiarios de esa inmoralidad mayúscula que la Iglesia católica no condenó hasta bien entrado el siglo XIX. A mediados de los 90 asistí a una genial charla de Ferran Iniesta en la Facultad de Ciencias Políticas de Somosaguas en la que subrayó el tremendo, y nunca bien ponderado, impacto económico y psicológico de la esclavitud para el continente (una trata de la que fueron cómplices, por cierto, los jefes tribales africanos). Aquellas sociedades fueron destrozadas, al ser arrancada de ellas su gente más joven para alimentar las calderas de la economía occidental. Luego vino el imperialismo europeo y toda su sarta de bestialidades, entre las cuales la del Estado Libre del Congo del muy católico rey belga Leopoldo II tiene un merecido lugar en la historia universal de la infamia. Superar semejante trauma no podía ser tarea fácil.

Tras la descolonización iniciada en los años 60 del siglo pasado, muchos pensaron que el futuro del África negra sería brillante por el mero hecho de autogobernarse, de librarse del malvado dominador europeo. Quizá más de un incauto se creía eso de la "religión del amor". Lo cierto es que buena parte de África siguió siendo expoliada por Occidente, pero ahora con la abierta complicidad -y beneficio- de sus corruptos gobernantes locales. Y otra parte del continente, la supuestamente rebelde, se puso en brazos de la Unión Soviética para iniciar lo que prometía ser un ilusionante camino a la verdadera independencia y al desarrollo. Una vez desaparecido el bloque comunista se pudo descubrir la verdadera naturaleza de gobernantes como Mugabe en Zimbabue o Dos Santos en Angola: autócratas sin escrúpulos, dedicados a esquilmar a su pueblo, ahora reciclados al capitalismo y con el sostén económico y político de la muy socialista China.

La violencia extrema en África, actualidad candente ahora mismo en lugares como la República Centroafricana y Sudán del sur (en el este de la República Democrática del Congo ya ni siquiera es noticia), puede llevarnos a equívocos. Sin necesidad de irme más allá de 100 metros a la redonda de donde escribo, aquí en la sierra de Madrid (valdría cualquier otro lugar del mundo donde hubiese una alta densidad humana), seguro que encuentro a alguien dispuesto a cometer las peores atrocidades: si no las hace es por el poder coercitivo del Estado y el imperio de la ley, por imperfecto que sea en estas latitudes del sur de Europa. Ya vimos lo que pasó en la ex Yugoslavia cuando se quebró la legalidad y los hooligans y porteros de discoteca se pusieron uniforme paramilitar.

Si hay linchamientos y masacres en África es por la debilidad institucional y la prevalencia del tribalismo, lo que a su vez tiene mucho que ver con el excesivo peso social de la tradición (en cuyo corazón está apostada la religión-superstición). Detrás de esta, sustentada en la falta de educación y utilizada como arma política por las elites, están cosas tan feas como la brujería y la caza de albinos, el odio étnico y religioso, el canibalismo ritual o el acoso a los homosexuales. Desde luego, el resto del mundo -incluido el desarrollado- no está para presumir al respecto. La religión también está detrás de la homofobia en Europa, Latinoamérica y Rusia, de la ridícula enseñanza del creacionismo en escuelas de EE.UU., de la discriminación de la mujer en la India y el mundo islámico, de la sexofobia, de la oposición al aborto de fetos inviables aun cuando peligre la vida de la madre en El Salvador o Nicaragua, de las estúpidas cortapisas a la ciencia (por ejemplo, a la investigación y uso de embriones con fines terapéuticos)...

La educación reduce la ignorancia y la credulidad, pero no afecta a la maldad, que debe ser tomada como una constante en toda ecuación social (que reduzca la ignorancia ya es mucho, puesto que los malvados suelen apoyarse en ella). Y contra la maldad, no solo fruto de la psicopatía sino también de la natural tendencia humana al egoísmo, solo sirve la fortaleza institucional (democracia sólida, contrapeso de poderes, imperio de la ley, jueces independientes, prensa libre, ejército sometido a la legalidad, policía bien formada y controlada, etc.), que es precisamente de lo que adolece África (con contadas excepciones como la de Botswana).

Desde Europa podemos ayudar mucho al continente negro no tanto con la cooperación al desarrollo como siendo intransigentes con nuestras empresas y bancos que cometen abusos allá (basta con no dejarles ni un céntimo en el supermercado o en la cuenta) y con nuestros políticos que en el mejor de los casos miran para otro lado y, en el peor, incluso se lucran gracias a esos abusos (basta con no votarles). Qué importante sería, por ejemplo, suprimir los paraísos fiscales que sirven de cajas fuertes al latrocinio de los dictadores africanos. Pero África también tiene que poner de su parte extendiendo la educación, el laicismo y el cosmopolitismo en detrimento de la ignorancia, el clericalismo y el tribalismo. El luminoso ejemplo del gran Nelson Mandela debería ser un motivo para la esperanza.

2 comentarios:

Adolfo dijo...

Nico, como suele pasar estoy plenamente de acuerdo. Pero se me ocurre una reflexión que no comparto. ¿Intentar inculcar en África algunas cosas que planteas como solución, no implica necesariamente "imponer" desde el exterior unos modos y organización social impropia del continente?.
No es mi opinión, creo que hay elementos a imponer, como la democracia (a diferencia de los gobiernos de ancianos o reyes), la educación científica (que sustituye supersticiones que son parte de la cultura de un pueblo. La tolerancia del otro, (que sustituye al tribalismo), etc.
Pero no sé si muchos, incluso desde puntos de vista supuestamente progresistas lo secundarían.

Julio Oliva Freuding dijo...

Dejar de manipular a los africanos como a chimpancé sería seguramente suficiente.Dejar de instigar o cometer genocidios, dejar de financiar atiranos, renunciar al predicamento postcolonial...Renunciar a la pasta. A la pasta a manos llenas. Improbable, no?. Pues ése es justamente el problenma de África. El resto son flecos, minucias. Los africanos no son gilipollas, sólo son pobres. Dejen de putearlos y ellos sabrán labrarse un futuro. Futuro imposible si Francia, China, Gran Bretaña, EEUU, Expaña o su puta medre siguen intentando exprimir una teta exhausta ya... No sé, lo mismo es que soy uno de esos progresistas. Pero he viajado por África y creo saber de lo que hablo.

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