sábado, 5 de abril de 2014

Algunas cosas acerca de mí (un día antes del examen)

Hola. Me llamo Carlos Heriberto López Minuesa. Para empezar les diré que vivo en un piso estupendo cerca de la Plaza de España. Aunque no muy grande, es lo bastante amplio para que mis animalitos puedan explayarse y yo atender a mis aficiones. En el vestíbulo yace mi bruñida sierra eléctrica: se llama Esperancita. Ese nombre se lo puse tras haberla sustraído del almacén de Pello, ese viejo inútil al que no deben quedarle muchas afeitadas. Bien que le administraría yo gustoso su última rasurada con la ayuda de Esperancita, pero ella los prefiere más jóvenes: como aquella turista neozelandesa, como aquella pija de El Viso, como aquel ridículo corredor de marcha, como aquel músico callejero andaluz... Tanto me apenó dejar huérfana a su guitarra que decidí adoptarla: la vestí como a una mujer y la pendí del herrumbroso garfio que sostuvo a mi padre casi cinco años, hasta que decidí entregarlo al Manzanares. Porque me gustan mucho los ríos. Recuerdo las palabras de uno de mis profesores sobre alguien que había advertido que un río cambia constantemente, que el río que ves ahora no es el mismo que verás un poco más tarde. Qué ingenioso. Yo pienso lo mismo viendo correr el agua en el lavabo. Fluidos muy variados han asaltado su boca, desde la espesa sangre destilada por Esperancita hasta mi semen pasando por mis lágrimas cuando sentía triste a papá. Sin olvidar, claro, mi sudor salado: me encanta casi tanto como el chocolate, pero solo si es mío o de una mujer que no sea mayor. ¡Ay, mujeres! Siempre me gustaron, pero ellas no querían nada conmigo. Menudas zorras, empezando por mi madre. Mi pobre papá aguantó lo indecible: el idiota era un corderito, un juguete en manos de esa bruja. Luego, en el garfio, cambió. Amén de más azul y menos hablador -de hecho, no volvió a hacerlo-, dejó de suspirar por la marcha de aquella puta con su jefe de la caja de ahorros. En la caja eran todos unos cretinos. Siempre le decía a papá que no cambiaría la vida de mis animalitos por la de alguno de aquellos payasos. Qué majete es mi camaleón. Se llama Ernesto Gómez Gutiérrez. Me gusta verle cambiar de color, observarle devorando sus grillos y polillas, asistir a sus defecaciones. Anatoli Svreganov intenta siempre en vano adentrarse en su urnita de cristal para comérselo. Anatoli no es malo, solo que la ley natural le ha puesto enfrente de Gómez: Svreganov es una noble musaraña. Por contra, Joan Carles Viladecamps es taimado y traicionero, como buen felino. Reconozco que un día estuve a punto de presentarle a Esperancita, pero con los animales tengo mucha paciencia. Hay que entenderlos: luego comienzas a amarlos. Bueno, con Joao Pires, mi graciosa oca, fue todo lo contrario. Yo es que tengo especial debilidad por los palmípedos. Mañana, como todas las semanas, iré a comprar comida para todos. Con un poco de suerte también le daré una alegría a Esperancita, que lleva varios meses de ayuno. Aunque lo cierto es que no me apetece nada salir: no soporto estos días de Sol radiante. Si tuviera a mi alcance la posibilidad de acabar con ese maldito astro, no dudaría en hacerlo. Si hay algo que nadie puede recriminarme es mi valor; y mi fuerza de voluntad, por supuesto. Una vez me pasé tres meses sin comer chocolate por una promesa que hice a mi padre, ya en su etapa en el garfio. Y lo conseguí. Para qué engañarnos, me costó muchísimo: es que me gusta tanto el chocolate... A veces me pongo a correr por casa -hay que estar en forma para trabajar con Esperancita- hasta sudar a chorros. Luego, con una pala de madera, me embadurno los brazos de chocolate recién hecho. Y a comer, qué delicia... Solía hacerlo frente a papá. Ahora que ya no está, lo hago frente al espejo de mi habitación. "¡Cuánto te pareces a tu padre!", me decían mucho de pequeño. Qué trágico fue para mí descubrir años más tarde que aquel buen hombre no era mi verdadero progenitor: la puta de su esposa (o sea, mi madre) no tuvo empacho alguno en escupírselo a la cara en mi presencia. El pobrecillo se quedó destrozado. Claro, debía haber pensado, si nunca había mantenido relaciones sexuales con ella -ni con ninguna otra- era realmente difícil... Aunque no me extrañaría que no hubiese reparado en ese detalle hasta que ella se lo espetó, a título explicativo, a renglón seguido. Volviendo a lo del valor y la voluntad, cuánto me costó mentalizarme para llevar a Esperancita frente a papá. Pero tenía que hacerlo: una vez tomada la decisión, había que afrontarla con todas sus consecuencias. Él sufría mucho. No podía seguir viéndole así, tan triste y apesadumbrado. Todas las mañanas hacía un esfuerzo descomunal para levantarse, echarse un poco de colonia en los sobacos, ponerse el traje gris y dirigirse a la caja. Creo que luego me lo agradeció. No pretendo echarme flores: cualquier buen hijo hubiese hecho lo mismo. Tengo que dejarles: me estoy meando y quiero dejar la bañera casi llena. Con la primera micción de mañana ya la tendré lista para mi baño quincenal. Además, debo dormir muchas horas para asistir mañana bien despejado al examen oral de la oposición de Judicatura. A ver si tengo suerte. Buenas noches.

1 comentario:

Adolfo dijo...

Ja,ja ja, ¡Qué bueno!

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