lunes, 13 de octubre de 2014

El edificante caso del señor Carpanta

Durante unos meses de mediados de los años 80 centró sus actividades en Canarias (que yo sepa, al menos en Gran Canaria) un individuo conocido como Carpanta, ciudadano de exquisitos gustos gastronómicos, excelente apetito y una cara más dura que un botijo. Se trataba de un profesional del comer gratis a todo tren, razón por la que no tardó en ser apodado como el célebre personaje de historieta.

Procedente de la península (que acaso ya hubiese recorrido con su singular proceder), Carpanta sabía bien dónde meterse a comer: eran restaurantes de caché, no garitos de mala muerte. Entraba siempre muy bien vestido y con ademanes de desenvuelto gentleman. Tras dos platos bien regados por el mejor vino (era exigente con la calidad de los caldos y acaso más de una vez instase al camarero, tras su cualificada cata, a venir con otra botella), postre, café, copa y puro, llegaba la hora de la verdad. Él se demoraba en pedir la cuenta, pero al final se la acababan poniendo sobre la mesa. Entonces, sin perder la calma, trasladaba al camarero un mensaje contundente a la par que inequívoco: "No le voy a abonar la cantidad adeudada". Cuando el azorado camarero confirmaba que no se trataba de una jocosa broma, era el turno del encargado, ante quien no dudaba en repetir su frase a modo de mantra. El siguiente paso era la llamada a la policía y la consiguiente detención, que el establecimiento procuraba que fuese lo más discreta posible para no incomodar a la clientela.

Puesto que el impago de la cuenta en un restaurante no estaba tipificado como delito y se había suprimido la reincidencia, todo concluía con una noche en comisaría y la liberación a la mañana siguiente. A Carpanta solo le hacía falta una buena ducha para estar otra vez preparado para un nuevo y opíparo almuerzo. El Gobierno Civil de Las Palmas llegó a distribuir una foto suya en restaurantes de la isla para impedirle consumar su reiterado timo: no había otra manera de frenarlo.

Parece que un día nuestro entrañable personaje cometió el error de meterse en un local no tan glamuroso y con un propietario no especialmente dialogante: al "no le voy a abonar la cantidad adeudada" no sucedió una tranquila espera de los agentes de Policía sino un par de hostias como panes. Al cabo de un tiempo, Carpanta desapareció de las islas en busca de nuevos horizontes.

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