sábado, 10 de octubre de 2015

Conciencia Urbana, el (supuesto) azar y la alegría



La puerta se cerró justo cuando la había traspasado: apenas un segundo más tarde no hubiera podido entrar. Dos paradas después, al renovarse la carga humana del vagón, vi a mi derecha de nuevo a Adán: ¡Otra vez en la línea 6 del metro de Madrid (la circular) volvía a encontrarme con el dúo de paisanos canarios de Conciencia Urbana! Porque la última vez había sido solo dos días antes, en las escaleras de O'Donnell (hablamos del partidazo de la U.D. Las Palmas contra el Celta). Y la previa, una semana atrás en el propio vagón, cuando fui de nuevo testigo de uno de sus espectaculares sesiones de improvisación. En esta última ocasión, antes de empezar su show, hablamos un poco del destino de mi viaje (la sierra de Madrid) y de El Hierro, la isla del guitarrista Pedro. Nos despedimos deseándonos suerte. No les faltó: su interpretación en el siguiente vagón fue premiada con una cerrada salva de aplausos.

Pensaba yo media hora después, sentado en la guagua (o sea, el autobús), que si me hubiera retrasado solo un instante en el metro no les habría visto. Eso significaría que no estaría ahora escribiendo esta entrada: quizá andaría pergeñando otra o, acaso, ninguna. Y me reafirmé en mi intuición de que el azar no existe, de que seguimos el único camino que nos está marcado de antemano. Y de una cosa pasé a otra: recordé a mi amigo Salva (el doctor Casado de Twitter), empeñado en su cruzada por el optimismo y la alegría para cuidar la salud de sus pacientes reales y potenciales. Los de Conciencia Urbana están embarcados en esa misma causa: la de cultivar y arrancar la sonrisa que cura, que alivia, que previene la enfermedad. En el guion del Universo está escrita la existencia de un Partido de la Alegría (todo un fin en sí mismo) y ellos forman parte de él.

El bueno de Rafael Hidalgo es otro prominente miembro del Partido de la Alegría (aunque nos hable de Schopenhauer).

Al igual que tantas otras personas, a su modo y manera: en su trabajo, en la calle o en cualquier lugar donde se crucen con el prójimo (no necesariamente humano). Como el humilde obispo católico Pedro Casaldáliga, el prelado más pobre del mundo (con poco más que sus libros y sus escasas ropas -solo tiene tres camisas- como pertenencias). Él me ha ayudado involuntariamente a terminar esta entrada con sus palabras el otro día al compañero y amigo Santi Riesco, haciendo balance de sus muchísimos años como misionero en el corazón del Mato Grosso de Brasil: "Mereció la pena... y la alegría". Por cierto, qué alegría la de las hijas de Santi por el regreso de su padre ayer (y la de su padre al ser devorado a besos y abrazos por ellas).

1 comentario:

Rafael Hidalgo dijo...

Nicolás, eres muy generoso, casi me atrevería a decir pródigo. Ojalá pueda estar a la altura del Partido de la Alegría; Dios te oiga.

Un gran abrazo.

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