lunes, 2 de abril de 2018

Por qué lo de Cataluña es un problema (nada que ver con unidades de destino en lo universal)


El procés soberanista en Cataluña es un problema porque amenaza la convivencia civilizada entre catalanes, así como entre los habitantes de ese país y el resto de españoles, al pretender imponer la independencia con el apoyo de la mitad de la población y la oposición de la otra mitad. La unidad de España no es un fin en sí mismo (esa sería la visión de un nacionalista), pero sí lo es el binomio democracia-paz social. No perdamos de vista que aquí los actores no son distintos a los de la ex Yugoslavia, ya que el modelo es generalizable: algunos dirigentes fanáticos o sin escrúpulos (tanto en Barcelona como en Madrid), un montón de gente engañada o desinformada (tanto allá como aquí) dentro del que se incluye una legión de imbéciles morales (cuya mezquindad, alienación, sumisión, pereza intelectual o pocas luces son una fuente inagotable de acciones e inacciones malévolas) y una reserva constante de peligrosos psicópatas y sádicos (ni mayor ni menor que en cualquier otro sitio, listos para infligir sufrimiento con cualquier excusa si se ofrece la ocasión). Cuando se quiebran el orden y la legalidad, estos últimos siempre saltan a la palestra para convertir la vida ajena en un infierno. Además, se multiplican los efectos dañinos de los imbéciles morales, ya presentes en una situación de normalidad social. Los más vapuleados en estas circunstancias suelen ser los más o menos informados que no son fanáticos ni imbéciles morales ni psicópatas ni sádicos (sean de izquierdas o de derechas, independentistas -una opción legítima- o unionistas, del Barça o del Madrid). Ellos son los primeros que ponen pies en polvorosa cuando se levanta la veda para psicópatas y sádicos envueltos en trapos de colores, caso de la España de 1936, la Alemania nazi o la Yugoslavia de 1991.

No dudo que Junqueras o Puigdemont sean buena gente, ciudadanos civilizados y empáticos a los que uno puede tranquilamente comprar un coche usado, darles una nevera para que la entreguen en el punto limpio (no en el fondo de un barranco) o confiar el cuidado de un ser querido. ¡A ver quién preferiría de compañero de celda, en vez de a ellos, a algún Chicle, Carcaño o Rafita de la vida! Pero su fanatismo les ha inducido a manipular, mentir (acaso engañándose también a sí mismos) y prevaricar, unas acciones con gran potencial destructivo por empujar a las masas al choque con el enemigo. Indalecio Prieto o José Antonio Primo de Rivera también eran educados y civilizados (menos mentirosos, seguramente, que Junqueras o Puigdemont), pero no así las milicias incontroladas (dentro de las cuales psicópatas y sádicos se movían, junto a los fanáticos, como peces en el agua) de anarquistas, socialistas, comunistas o falangistas que sembraron el terror en el Madrid de 1936. No todos los líderes tenían entonces, ni tienen ahora, ese perfil civilizado: ahí está el caso de generales franquistas como Queipo de Llano, quizá el mayor criminal de guerra español del siglo XX. A las órdenes de este golpista (como premio, sus restos reposan en la basílica sevillana de La Macarena), la selección más granada de psicópatas y sádicos del norte de Marruecos violó, mutiló y mató a gusto durante unos años en tierras cristianas.

Creo que nos equivocamos si pensamos que dentro de la población catalana y española del siglo XXI no hay queipodellanos, chequistas (algún dirigente joven de ERC da el perfil) ni individuos equiparables a los matarifes moros de la Guerra Civil. ¿Acaso somos mejores que los exyugoslavos (con sus Milosevic, Tudjman, Karadzic, Mladic, Praljak, Gotovina, Arkan, Haradinaj o Thaçi)?... Como ya he escrito en este blog, "siempre que falte el poder coercitivo del Estado estará el camino expedito para psicópatas y tipejos sin escrúpulos, que lo tienen más complicado en un marco democrático civilizado (aunque no por ello dejen de medrar en empresas, partidos políticos, clubes de fútbol, etc.)". La convivencia pacífica entre las personas no puede darse por sentada en ninguna parte, ni siquiera en la avanzada Escandinavia, y se basa en el monopolio estatal de la violencia bajo un orden democrático con sólidos contrapesos institucionales. Eso es lo que está en juego en Cataluña por una necia aventura secesionista sin suficiente respaldo social y a cualquier precio (incluso el del Estado fallido), ignorando lo que ello supuso para el País Vasco hasta hace pocos años. Aunque en Cataluña aún no han matado a nadie, sería muy necio negar que se está creando el caldo de cultivo para ello: ya hay señales inquietantes en forma de amenazas. La principal esperanza es que en 2018 la mayor parte de los catalanes independentistas no está dispuesta a sacrificar su paz y relativo bienestar económico y social por presumir de asiento en la ONU. Pero la historia nunca ha sido escrita por las mayorías, sino por minorías bien organizadas que no pocas veces se comportan irracionalmente.

Dos apuntes finales:

1) Si el apoyo a la independencia estuviera muy extendido en Cataluña (pongamos que fuera de un 70%), poco habría que objetar -si hay que cambiar la Constitución, se cambia- a la celebración de un referéndum de autodeterminación y la apertura de negociaciones para un divorcio acordado a la checoslovaca (aunque, siguiendo la misma lógica, toda comarca catalana debería tener el derecho a permanecer en España si en las urnas se opusiera al plan secesionista).

2) El Gobierno español debería tener la generosidad de indultar tras su juicio a todos los encausados del procés (hasta ahora no ha habido, por fortuna, ningún Txapote) si se comprometieran a no volver a las andadas, para así dar un carpetazo a este insidioso asunto. Sería un insulto a la inteligencia, además de un terrible fracaso social, que Junqueras, Puigdemont y compañía pasaran más tiempo en prisión que Chicles, Carcaños o Anajulias.

1 comentario:

Adolfo dijo...

La verdad es que has explicado muy bien los aspectos más inquietantes del asunto.

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